EL ASALTO Y LA TOMA DE LA HABANA. 1762.
Preliminares y desembarco.
Se hallaba España por aquellas fechas envuelta en la contienda europea conocida como Guerra de los Siete Años. Austria había decidido recuperar Silesia (perdida tras el Tratado de Aquisgrán) poniendo en marcha el sistema de alianzas europeo del momento. Para no extendernos mucho en ello podemos parafrasear el guión de la película Barry Lyndon en la que aparece dicha guerra. “Baste decir que Inglaterra y Prusia eran aliadas y combatían contra franceses, suecos, rusos y austríacos”.
Bien, en esta película falta nuestro contendiente, España, que en esta ocasión combatía al lado de Francia con motivo de haberse firmado entre ambas potencias el Segundo Pacto de Familia, entrando de manera tardía en la contienda el año de 1762.
Esto colocaba a España en la tesitura de tener que hacer la guerra a Inglaterra no solo en Europa, si no también en las Américas, donde mayormente se concentraba el potencial comercial español.
Así, Carlos III, Rey de España por aquel entonces, decidió movilizar tropas y realizó disposiciones para dar la batalla en el Caribe Español, donde la Gran Bretaña tenía golosamente puesta el ojo.
Contaba la Habana con un nuevo Gobernador, Juan de Prado y Portocarrero. Llegado el año de 1761 y enterado de las disposiciones que promulgara Carlos III, se aprestó a acondicionar la Habana contra una posible visita de cortesía de la Navy.
Se dotó a la Habana de 14 navíos de línea y 6 fragatas al mando de D. Gutierre de Hevia y comenzaron las obras de fortificación de las principales plazas fuertes: El Castillo de los Tres Reyes del Morro (o simplemente Castillo del Morro) y el Castillo de la Punta, ambas, llaves de la entrada de la bahía [ver mapa anexo].
No obstante las obras de mejora de estas fortificaciones hubieron de detenerse en el verano de ese mismo año. Una epidemia de Fiebre Amarilla acabó con la vida de casi 2000 de los integrantes del contingente de refuerzo llegado de Veracruz para obrar las reformas. Un mal comienzo para la guarnición española de la ciudad.
Entrado el año 1762 y pesar de que desde Madrid llegaban órdenes explícitas al nuevo Gobernador de continuar las fortificaciones, no sintiéndose este en un peligro extremo en tanto la declaración de guerra no había llegado, no consideró oportuno realizar marcha forzada de los trabajos y los dejó por tanto aparcados.
No conocía el nuevo Gobernador la noticia, pero la guerra ya había llegado. El navío comercial San Lorenzo fue cañoneado al igual que la fragata Ventura y el comandante del primero, salvo del desastre, acudió al Gobernador de la Habana con la noticia.
Tuvo a bien considerar De Prado, que debía trabajarse el refuerzo de la zona conocida como La Cabaña, desde la que podía dominarse el Castillo del Morro y la ciudad de la Habana, pero que habiendo muerto el ingeniero jefe del proyecto, F. Ricaud, se dejaría por el momento en su estado.
Se sentía no obstante el Gobernador seguro en su fortín, de tal suerte que enviaba a la Corte misivas en la consideración de que los ingleses no atacarían por saberse la Habana plaza bien fortificada.
En mayo del año 1762 llegaban noticias, de comandantes de mercantes que arribaban a Cádiz y contrabandistas lenguaraces, que los ingleses andaban revueltos en el Caribe y que sus tropas y barcos aumentaban y se concentraban.
Las autoridades francesas de Sto. Domingo remitieron a su vez en informes oficiales a De Prado, que un gran convoy inglés comandado por el Almirante Pocock, independiente de la fuerza principal que el Almirante Rodney conducía por el Caribe, había partido de Portsmouth. Esta flota se dirigía al canal viejo de Bahama, al norte de la Habana.
Bien pudiera haber sido interceptado Pocock en alta mar si De Prado hubiera hecho caso a la sugerencia francesa de la conjunción de escuadras para presentar batalla.
Pocock dirigía hacia la Habana un fantástico contingente, casi comparable al del Almirante Vernon en su intento de tomar Cartagena de Indias, de 200 embarcaciones (las más de transporte, unas 150) armadas con unas 2300 piezas de artillería a lo que se sumaba un contingente de unos 22300 hombres entre tropa y marinería (todos bien curtidos en el combate) más un contingente de 4000 soldados del Ejército Continental de las colonias inglesas de Norteamérica.
Cuando esta fuerza se presentó a la vista del Castillo del Morro, tras una temeraria pero intrépida navegación a través de la zona de bajíos del Canal Viejo, cundió el pánico.
De Prado reaccionó en inquietud confusa. Su confianza se había tornado en pavor contenido.
No obstante comenzó a desplegar a su tropa que se contaba en 2800 soldados veteranos más 5000 hombres entre voluntarios y milicia.
Pocock alineó su flota el 7 de junio cañoneando el Morro y las pequeñas fortificaciones cercanas a la bocana de la bahía, acto seguido procedió el desembarco de la tropa en la playa del Este-Sureste, frente a la Cabaña y Guanabacoa.
Se ocupó Guanabacoa no sin la tenaz aunque fútil resistencia de algunos de sus habitantes y se dirigió a la altura de la Cabaña, desde la que su artillería podría dominar el Morro y la ciudad.
Apercibido de esto, trató De Prado de fortificar la zona con artillería y milicia con la intención de sostenerla hasta poder presentar batalla al contraataque.
No le hizo falta al inglés si no esperar la noche del 8 para atacar a la desprevenida milicia que acabó tiroteándose a sí misma en la confusión del asalto.
Considerando la posición insostenible, se procedió al clavado de los cañones (por el método de introducir un clavo en el cebador para inutilizarlo) y despeñarlos, abandonándose la misma.
Concesión gravísima esta al enemigo, por cuanto si este área de la Cabaña hubiera sido medianamente defendida con algo de tesón, con el apoyo por el flanco derecho del Morro y por el izquierdo de la cañonería de la escuadra, se habría infligido al enemigo cuantiosa pérdida en su contingente.
Sin embargo no se hizo así, y al cuarto día de invasión (11 de junio) el enemigo dominaba la posición estratégica vital de la zona sin apenas baja significativa.
Se tomó a su vez la nefasta resolución de barrenar tres buques en la bocana de la bahía con la intención de impedir el paso a los navíos de combate británicos reduciendo el calado, cuando lo correcto hubiera sido colocarlos en posición de combate en el mismo sitio y responder al fuego de la escuadra atacante con la ventaja del apoyo artillero del Morro y la Punta desde la altura. El resto de la flota en una decisión tan pobre como la anterior fue desaparejada y convertida en batería flotante.
Confió pues De Prado, en la defensa de las plazas fuertes de tierra, sobre todo en el Morro, poniendo a cargo de esta última a D. Luis de Velasco, comandante de uno de los navíos desaparejados.
Teniendo dominada prácticamente toda la mitad Este de la Bahía, salvo el Morro, y viéndose libre de acoso por mar, Pocock desembarcó hombres en la zona de la Punta con intención de aprovisionarse allí de agua y batir la ciudad.
No obstante y en una decisión bastante desacertada, Pocock envió una fuerza a batir igualmente el Morro, fortificación inútil una vez se domina la ciudad por cuanto este solo se ocupa de las labores de defensa de la bocana y queda desabastecido sin el apoyo de la urbe. Esta obstinación le habría costado al Almirante inglés un disgusto en otras circunstancias, pues sus decisiones en tanto que desacertadas quedaban ensombrecidas en esta ocasión por el desatino en la dirección aún mayor de la Junta que dirigía De Prado.
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