viernes, 30 de marzo de 2012

Stonehenge y Bath


Stonehenge.  Un monumento histórico artístico y un bien cultural.  Un artefacto cinco estrellas.  Stonehenge.  Una ruina y un bonito paisaje.



No se sabe mucho de la gente que lo levantó.  Tenían una avanzada técnica pictórica y un refinado gusto musical, eso sí.


 Vincent despeinado y sin afeitar.



Una cafetería dentro de una iglesia en Bath.  La iglesia sigue funcionando.  Es lo más raro que vi en la visita.



Un grupito de chavales tocando Summertime.  Había otros músicos en las calles, estaban de festival.  El chico de la guitarra cuida su aspecto como manda la industria del pop británica.


 
 Los famosos baños romanos de Bath.  Es la última parada.



jueves, 29 de marzo de 2012

I met Nixon

¿Conoces la teoría de los seis grados de separación?  ¿No?  Un sorbito al té y te lo explico.

La teoría nos dice que es posible conocer a cualquier persona del planeta a través de sólo seis contactos.  Si mi amigo Fernando conoce a cien personas, y cada una de ellas conoce a su vez a otras cien, es posible formar una cadena en la que el número de conocidos aumenta de manera exponencial, de modo que en teoría yo podría comunicarme con el alcalde de Segovia, su ciudad, en un máximo de seis movimientos.

De este modo hoy he llegado hasta el mismísmo Richard Nixon.  Estuve hablando con un profesor de Historia americano, que me contó que conocía a una bibliotecaria, que a su vez era conocida de la madre del presidente americano.  ¿Lo ves?  Y esto en sólo cuatro saltos.  Si uno pasa por encima el detalle de que el bueno de Nixon hace tiempo que nos dejó, es posible seguir la cosa, y tú, que me conoces, podrás decir que llegaste hasta... 








Qué, ¿sorprendido?  Así es la teoría de los seis grados de separación.  ¿Una tacita de té?

miércoles, 14 de marzo de 2012

El asalto y la toma de La Habana (y 2)


El sitio del Morro y la rendición.

En el calor de junio, Pocock perdía más hombres acondicionando el camino entre la Cabaña y el Morro que por los combates. Trescientos perdió en la labor de desbroce y acondicionamiento del área.
El 13 de junio las trincheras en la playa del risco de la Cabaña y en esta misma estaban abiertas y guarnecía a los hombres del General Keppel, designado por Pocock para acometer la tarea de sitio y asalto del Morro.
Se componía la tropa del Morro de 700 hombres entre tropa y marinería desembarcada (además de algunos gastadores negros) aproximadamente, con una dotación artillera de unos 70 cañones.
A su mando D. Luis Vicente de Velasco.
Velasco aguantaba el sitio marcialmente. Reforzaba los puntos débiles y reparaba los daños de la cañonería. Pidió en un momento dado permiso a la Junta de De Prado para hacer una salida, pues en su opinión si los ingleses continuaban cavando trincheras en paralelo del Morro lo iban a convertir en fosfatina desde abajo y desde arriba.
Para el 28 de junio, algunos navíos españoles desprevenidos todavía del inicio de las hostilidades se llegaron a la Habana y hubieron de vérselas con los ingleses a cara de perro. Abandonando sus navíos y habiéndolos barrenado sus tripulaciones pasaron a engrosar las filas de las guarniciones españolas.
Considerando la Junta este aumento de tropa, consintió al fin la salida que proponía Velasco para atacar las trincheras de la playa. 640 hombres en tres formaciones se lanzaron contra ellas, pero la Union Jack permaneció en su sitio. Desde la Cabaña y las trincheras 4000 granaderos rechazaron el ataque.
El 1 de julio Pocock batió con toda su potencia la plaza del Morro, pero este respondía al fuego en tal medida que dos navíos de tres puentes ingleses hubieron de ser retirados del combate en condiciones de práctico naufragio por el terrible fuego que se hacía desde la altura.
También las baterías flotantes se defendían bien y apoyaban en su labor a la Punta.
Keppel decidió acelerar el proceso y ordenó el avance de las líneas de trincheras. Sufrió en el proceso muy serias bajas por cuanto los cañones, morteros y todo el material debían ser transportados a tiro de fusil del Morro.
Considerando esto inaceptable, Velasco ordenó batir las trincheras paralelas y destrozó en poco tiempo el trabajo inglés de un mes.
No obstante para el 15 de julio Pocock había recibido refuerzos de Jamaica y ocupado la zona de San Lázaro, única zona que quedaba libre para batir el Morro. Aún con las reparaciones nocturnas el Morro y Velasco se venían abajo. El comandante sufrió una grave contusión en la espalda y fue retirado del servicio y sustituyéndolo F. de Medina.
Los ingleses decidieron entonces usar las minas contra la fortaleza abriendo dos desde las cuevas naturales de los riscos y la playa.
Medina decidió hacer una salida esta vez con una fuerza de 800 hombres tanto de tierra como de marina que en un asalto nocturno a la bayoneta entablaron combate con la vanguardia inglesa, habiendo de retroceder, tras perder a la mitad en el combate, por no haber ganado ningún terreno válido.
Velasco retomó el mando el día 24. Hubo de considerar en opinión de sus ingenieros que el trabajo de contramina era inútil desde el lado del fuerte y contar además con el desembarco de los refuerzos continentales de Burton el 29, que no se contaron finalmente como 4000 por haber tenido lance en el camino con navíos franceses y haber perdido 7 de los suyos propios con sus tripulaciones más 400 hombres de refuerzo. Se tiró de los pelos De Hevia pensando que podía haber sido su flota la autora del lance si la hubiera usado bien.


Velasco optó por informar, ante esta situación desesperada, a De Prado de las opciones, a saber: rendición, retirada ordenada o resistencia a ultranza. La Junta, en una demostración más de indecisión, optó por dejar obrar a Velasco según lo requirieran las circunstancias, lo que suponía condenar a Velasco, como hombre de honor que era, al sacrificio.
El día 30 de julio, tras haber repartido el rancho, la tropa española se disponía a una guardia medianamente tranquila por cuanto el calor de la hora no hacía presagiar un ataque.
A sabiendas de esta costumbre española, que incluso Velasco se encontraba practicando, los ingleses reventaron las minas y las casacas rojas asomaron por las brechas.
Los españoles se aprestaron a la defensa, pero habiendo perdido casi toda la guarnición del muro (que había volado con él) fueron cayendo uno a uno incluido Velasco, que fue herido de muerte en el pecho.
Cuarenta y cuatro días de combate de trincheras y 20.000 proyectiles de grueso calibre habían pesado sobre el Morro que acabó cayendo con un balance total de 1000 defensores caídos frente a 3000 sitiadores.
El Gobernador rindió la fortaleza y consiguió de Pocock que Velasco fuera trasladado para su curación a la Habana, algo que Pocock concedió de buen grado en consideración por la notable oposición que le había en tierra un marino como Velasco. Velasco murió al día siguiente 1 de agosto.
No obstante el resto de guarniciones, envalentonadas por el ejemplo del Morro, plantaron férrea oposición a los ingleses de suerte que un ataque combinado de artillería por tierra y mar de los españoles barrió la zona de la Cabaña dejándola impracticable y sembrada de muertos por un tiempo.
Aunque la determinación era importante, los medios reales para hacer frente a la fuerza enemiga distaban de poder hacer posible una oposición como la del Morro. Pocock instó a la rendición de la plaza el día 10 y De Prado muy pundonoroso contestó con nones.
No obstante bastó un bombardeo intenso de un día, para que la plaza enarbolara la bandera blanca y firmara la capitulación el 12 en tanto se daba tiempo a las reservas a salir de la ciudad para refugiarse y defender el interior de la isla, mientras que la milicia se encargaría de rendir las armas oficialmente.
De Prado y Hevia rendían la plaza. Los ingleses tomaban La Habana.



NOTA: El detalle del cuadro que introduce el artículo presenta las baterías inglesas desde La Cabaña sitiando el Castillo del Morro.

BIBLIOGRAFÍA.

Ministerio de Defensa. Historia de la Armada Española desde la unión de los Reinos de Castilla y Aragón. Instituto de Historia y Cultura. Tomo VII caps. 2 y 3. Consultado en: http://www.armada.mde.es/html/historiaarmada/

El asalto y la toma de La Habana (1)


EL ASALTO Y LA TOMA DE LA HABANA. 1762.

Preliminares y desembarco.

Se hallaba España por aquellas fechas envuelta en la contienda europea conocida como Guerra de los Siete Años. Austria había decidido recuperar Silesia (perdida tras el Tratado de Aquisgrán) poniendo en marcha el sistema de alianzas europeo del momento. Para no extendernos mucho en ello podemos parafrasear el guión de la película Barry Lyndon en la que aparece dicha guerra. “Baste decir que Inglaterra y Prusia eran aliadas y combatían contra franceses, suecos, rusos y austríacos”.
Bien, en esta película falta nuestro contendiente, España, que en esta ocasión combatía al lado de Francia con motivo de haberse firmado entre ambas potencias el Segundo Pacto de Familia, entrando de manera tardía en la contienda el año de 1762.
Esto colocaba a España en la tesitura de tener que hacer la guerra a Inglaterra no solo en Europa, si no también en las Américas, donde mayormente se concentraba el potencial comercial español.
Así, Carlos III, Rey de España por aquel entonces, decidió movilizar tropas y realizó disposiciones para dar la batalla en el Caribe Español, donde la Gran Bretaña tenía golosamente puesta el ojo.

Contaba la Habana con un nuevo Gobernador, Juan de Prado y Portocarrero. Llegado el año de 1761 y enterado de las disposiciones que promulgara Carlos III, se aprestó a acondicionar la Habana contra una posible visita de cortesía de la Navy.
Se dotó a la Habana de 14 navíos de línea y 6 fragatas al mando de D. Gutierre de Hevia y comenzaron las obras de fortificación de las principales plazas fuertes: El Castillo de los Tres Reyes del Morro (o simplemente Castillo del Morro) y el Castillo de la Punta, ambas, llaves de la entrada de la bahía [ver mapa anexo].
No obstante las obras de mejora de estas fortificaciones hubieron de detenerse en el verano de ese mismo año. Una epidemia de Fiebre Amarilla acabó con la vida de casi 2000 de los integrantes del contingente de refuerzo llegado de Veracruz para obrar las reformas. Un mal comienzo para la guarnición española de la ciudad.
Entrado el año 1762 y pesar de que desde Madrid llegaban órdenes explícitas al nuevo Gobernador de continuar las fortificaciones, no sintiéndose este en un peligro extremo en tanto la declaración de guerra no había llegado, no consideró oportuno realizar marcha forzada de los trabajos y los dejó por tanto aparcados.
No conocía el nuevo Gobernador la noticia, pero la guerra ya había llegado. El navío comercial San Lorenzo fue cañoneado al igual que la fragata Ventura y el comandante del primero, salvo del desastre, acudió al Gobernador de la Habana con la noticia.
Tuvo a bien considerar De Prado, que debía trabajarse el refuerzo de la zona conocida como La Cabaña, desde la que podía dominarse el Castillo del Morro y la ciudad de la Habana, pero que habiendo muerto el ingeniero jefe del proyecto, F. Ricaud, se dejaría por el momento en su estado.
Se sentía no obstante el Gobernador seguro en su fortín, de tal suerte que enviaba a la Corte misivas en la consideración de que los ingleses no atacarían por saberse la Habana plaza bien fortificada.
En mayo del año 1762 llegaban noticias, de comandantes de mercantes que arribaban a Cádiz y contrabandistas lenguaraces, que los ingleses andaban revueltos en el Caribe y que sus tropas y barcos aumentaban y se concentraban.
Las autoridades francesas de Sto. Domingo remitieron a su vez en informes oficiales a De Prado, que un gran convoy inglés comandado por el Almirante Pocock, independiente de la fuerza principal que el Almirante Rodney conducía por el Caribe, había partido de Portsmouth. Esta flota se dirigía al canal viejo de Bahama, al norte de la Habana.
Bien pudiera haber sido interceptado Pocock en alta mar si De Prado hubiera hecho caso a la sugerencia francesa de la conjunción de escuadras para presentar batalla.


Pocock dirigía hacia la Habana un fantástico contingente, casi comparable al del Almirante Vernon en su intento de tomar Cartagena de Indias, de 200 embarcaciones (las más de transporte, unas 150) armadas con unas 2300 piezas de artillería a lo que se sumaba un contingente de unos 22300 hombres entre tropa y marinería (todos bien curtidos en el combate) más un contingente de 4000 soldados del Ejército Continental de las colonias inglesas de Norteamérica.
Cuando esta fuerza se presentó a la vista del Castillo del Morro, tras una temeraria pero intrépida navegación a través de la zona de bajíos del Canal Viejo, cundió el pánico.
De Prado reaccionó en inquietud confusa. Su confianza se había tornado en pavor contenido.
No obstante comenzó a desplegar a su tropa que se contaba en 2800 soldados veteranos más 5000 hombres entre voluntarios y milicia.
Pocock alineó su flota el 7 de junio cañoneando el Morro y las pequeñas fortificaciones cercanas a la bocana de la bahía, acto seguido procedió el desembarco de la tropa en la playa del Este-Sureste, frente a la Cabaña y Guanabacoa.
Se ocupó Guanabacoa no sin la tenaz aunque fútil resistencia de algunos de sus habitantes y se dirigió a la altura de la Cabaña, desde la que su artillería podría dominar el Morro y la ciudad.
Apercibido de esto, trató De Prado de fortificar la zona con artillería y milicia con la intención de sostenerla hasta poder presentar batalla al contraataque.
No le hizo falta al inglés si no esperar la noche del 8 para atacar a la desprevenida milicia que acabó tiroteándose a sí misma en la confusión del asalto.
Considerando la posición insostenible, se procedió al clavado de los cañones (por el método de introducir un clavo en el cebador para inutilizarlo) y despeñarlos, abandonándose la misma.
Concesión gravísima esta al enemigo, por cuanto si este área de la Cabaña hubiera sido medianamente defendida con algo de tesón, con el apoyo por el flanco derecho del Morro y por el izquierdo de la cañonería de la escuadra, se habría infligido al enemigo cuantiosa pérdida en su contingente.
Sin embargo no se hizo así, y al cuarto día de invasión (11 de junio) el enemigo dominaba la posición estratégica vital de la zona sin apenas baja significativa.
Se tomó a su vez la nefasta resolución de barrenar tres buques en la bocana de la bahía con la intención de impedir el paso a los navíos de combate británicos reduciendo el calado, cuando lo correcto hubiera sido colocarlos en posición de combate en el mismo sitio y responder al fuego de la escuadra atacante con la ventaja del apoyo artillero del Morro y la Punta desde la altura. El resto de la flota en una decisión tan pobre como la anterior fue desaparejada y convertida en batería flotante.
Confió pues De Prado, en la defensa de las plazas fuertes de tierra, sobre todo en el Morro, poniendo a cargo de esta última a D. Luis de Velasco, comandante de uno de los navíos desaparejados.
Teniendo dominada prácticamente toda la mitad Este de la Bahía, salvo el Morro, y viéndose libre de acoso por mar, Pocock desembarcó hombres en la zona de la Punta con intención de aprovisionarse allí de agua y batir la ciudad.
No obstante y en una decisión bastante desacertada, Pocock envió una fuerza a batir igualmente el Morro, fortificación inútil una vez se domina la ciudad por cuanto este solo se ocupa de las labores de defensa de la bocana y queda desabastecido sin el apoyo de la urbe. Esta obstinación le habría costado al Almirante inglés un disgusto en otras circunstancias, pues sus decisiones en tanto que desacertadas quedaban ensombrecidas en esta ocasión por el desatino en la dirección aún mayor de la Junta que dirigía De Prado.

sábado, 10 de marzo de 2012

Retirada

Le he pedido a mi hermano que me escriba una noticia sobre la toma de La Habana por los ingleses en 1762, porque vi en el Museo Marítimo Nacional un cuadro sobre el tema que me llamó la atención.  Mientras, dejo aquí estos vídeos, el primero con el toque de retirada que las tropas españolas debieron de escuchar, y el segundo con una obra de Luigi Boccherini que desarrolló esa misma música.




viernes, 9 de marzo de 2012

Waterloo sunset




                                      Dos instantáneas tomadas el miércoles desde el puente de Waterloo.